sábado, 30 de agosto de 2008

La mia bella Verona...ormai un anno

Sólo iba a contar que hace ya un año que volví de esa preciosa ciudad llamada Verona. Esa misma en la que hace poco mataron a un chico unos neonazis y la misma en la que el nuevo alcalde de la Liga Norte decidió derribar el centro social que tantas noches nos acogió. Esa que es guapa por fuera y algo podrida por dentro. Esa que vio cómo crecía y cómo degeneraba. Cómo estudiaba y cómo me emborrachaba, cómo me enamoraba y cómo lo superaba... Pasaron tantas cosas en un solo año...
Echo de menos sus calles. Bueno, la calle 20 de septiembre no, pero sí las que había más allá de la Piazza dei Signori que llegaban hasta Ponte Pietra. No sé qué tenía ese puente que me atrapaba. Podía pasarme horas allí apoyada oyendo el soniquete del Adige a los pies del teatro romano. Imaginando y divagando sobre cualquier tontería e incluso sobre alguna cosa seria, hasta que algún turista interrumpía mi embobamiento para preguntarme por la Casa de Julieta.
Sí, según parece Verona fue la ciudad de los Capuleto y los Montesco, así que ahora los turistas colapsan el centro por entrar a tocar una teta a Julieta. Cuentan que eso trae buena suerte en el amor... ¡Pobres ilusos!
Sí, Verona es un goteo constante de turistas, a veces más que goteo son riadas. Siempre veías a las guías con los banderines y el grupo de jubilados o niños persiguiéndolas con cara de aburrimiento mientras tomabas un spritz en Piazza Erbe. ¡Echo de menos el spritz! Y mira que al principio me sabía a cuernos, con ese color naranja radiactivo...pero oye, a todo se acostumbra una y la verdad que así fresquito entraba solo.
Y de vuelta podíamos parar en el bar Camelot, a robar algún vaso cuando la vajilla escaseaba y tomar una piadina en la piadinería de la esquina de Ponte Navi con 20 de Septiembre. Después nos adentraríamos en aquella interminable y peligrosa calle hasta que por fin veíamos Porta Vescovo que significaba que ya casi estábamos en casa...

Allí seguramente jugaríamos al señor del tres todos los del edificio Dai Libri hasta que algún vecino, más o menos capullo, con más o con menos razón, llamase a la policía. Seguro que ellos agradecerán que nos hayamos ido... De ahí emprenderíamos marcha al centro social La Chimica, pero como el señor Tosi ya ha ganado las elecciones nos lo encontraríamos cerrado, y el cómo terminaría la noche sería una incógnita. Podríamos terminar bañándonos en la fuente, o subiéndonos a acampar a Torricelli. Pero sería mejor aún yendo hasta Castel San Pietro, el sitio con las mejores vistas de toda la ciudad. Allí intentaríamos terminar la bebida hasta que a alguien se le ocurriera iniciar una guerra de agua convirtiéndola en otra noche mágica.

Ya de resaca quizá nos acercáramos al centro, a la heladería de Via Mazzini a comernos un polo de frutas (fresa, melón o piña), ¡dios qué bueno!, y síguiendo la música que sale de la Arena llegaríamos a Piazza Bra. Es vedad, hoy había concierto de Muse... Echando toda la jeta que desarrolla la pobreza quizá convenciésemos al segurata y así podríamos ver la última parte del concierto en un anfiteatro romano... ¡por nuestra cara bonita!

A la mañana siguiente tocaría ir a la universidad. Ya se han terminado las clases pero tendrías que estudiar bastante en esa sala de estudio que parecía un acuario, pero que era algo más tranquila que la biblioteca Frinzi. Luego, a eso de las siete te cerrarían y pasarías a la Frinzi donde encontrarías a los tres babosos de la puerta, que no sé cómo pero siempre estaban allí. Después de aguantar todo el día de estudio con un sandwich de máquina (de alcachofa y jamón, o de bressaola y rucola), volverías a casa hipoglucémica esperando que tu compañera de piso no hubiese llevado a los fumetas y pudieses dormir...si las puñeteras palomas te dejasen!
¡¡¡No echo de menos a las asquerosas palomas!!!

Quizá sea de lo poco que no echo en falta. Este año ha sido tan vacío...

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