domingo, 6 de febrero de 2011

Entre andenes

A veces confundo el sonido de los trenes con el viento...
Seguramente en unas pocas semanas ya ni los oiré. Formarán parte de mi rutina, de mi vida. Una vida que todavía no es la mía:
No es mi lengua, no es mi país, no es mi clima ni mi gente.
Es sentirse bicho raro en todas partes.
Es un reto y una aventura.
Cuesta un poco acostmbrarse a las novedades. Cambiar de hábitat no es sencillo.
Pero como casi todo en la vida: es cuestión de tiempo.

Tiempo que pasa... como los trenes.
Son las cuatro y media de la mañana y acaba de pasar uno... ¿quién viajará a estas horas? ¿Dónde le llevará el tren? ¿A quién habrá tenido que decir adiós?

Los viajes siempre son sinónimo de despedidas. Más duras o menos, pero siempre están ahí. No sé la cantidad de veces que me he tenido que despedir de mi madre desde bien pequeña. Casi toda mi vida he tenido que convivir con la sensación de que me faltaba algo, de echar de menos, de tener lejos a las personas que quieres. Contrariamente a lo que podría parecer, nunca he conseguido acostumbrarme al momento de la separación. Es una sensación que odio. Suelo dramatizar mucho en las despedidas, pero no puedo evitarlo. Los ojos se me llenan de agua y a duras penas contengo las lágrimas.

Desde que llegué a este pueblo perdido, hace hoy una semana, sólo he llorado cuando me despedí de mi hermana...
Supongo que eso es señal de que no estoy tan mal.

Sólo perdida. Sólo desubicada. Sólo de paso.
Como los trenes que pasan cada hora bajo mi ventana recordándome el sonido del cierzo...

Te echo de menos. Hoy más que nunca. Pero son palabras que viajan en un tren, a las cuatro y media de la mañana, quién sabe hacia dónde...